Amanece el tercer día de nuestra ruta en La Alberca. Al sentir la claridad entrar por el balcón de mi habitación me levanto para echar un vistazo a las motos, que una vez más duermen al raso bajo nuestras ventanas. Es temprano y aún no se ve a nadie caminar por las calles, a excepción de algunos comerciantes que se dirigen hacia sus negocios para ir abriendo sus puertas esperando la llegada de los cientos de viajeros que llegan a esta localidad casi a diario. Me vuelvo a meter en la cama y me relajo durante una hora más o menos hasta que suena el despertador. A las 9:30 nos vemos en la puerta del hostal con Manolo y Paqui y nos vamos a caminar por las calles empedradas de La Alberca. Aún no hay demasiada gente en las calles, a excepción de algunas personas mayores y algunos comerciantes que ya están en las puertas de sus negocios invitando a los viajeros a pasar a ver sus productos. En el aire se respira el aroma de los secaderos de jamón y de las tiendas de embutidos, que nos hacen desear más aún un café y una tostada. Al llegar a la Plaza nos encontramos con el cerdo de la tradición de este pueblo echado en una de las esquinas, sin inmutarse por la presencia de los turistas que nos acercamos hasta él para echarnos una foto. Si la plaza tenía un aspecto sorprendente ayer por la noche, aún lo es más durante el día, contrastando a la luz del sol el color del granito con las maderas y las flores que engalanan muchos de sus balcones. Decidimos desayunar en una de las muchas tascas que se encuentran en la plaza bajo sus soportales de madera apoyados en columnas adornadas con diferentes capiteles. Por fin pan de pueblo, con aceite aceptable y buen jamón. Y debía ser bueno porque nos clavaron por los cuatro desayunos 20€. Con el estómago lleno nos dimos una vuelta por las calles de este singular pueblo que llega a triplicar su población en verano disfrutando de sus fachadas y rincones. Nos acercamos hasta la Iglesia de Ntra Sra. de las Asunción del siglo XVIII y tras visitar su interior y avisar al capellán de que había una señora dentro de una de las capillas rezando (si no la deja dentro encerrada) nos hicimos la típica foto con el cerdo de piedra que se encuentra en uno de los laterales de la iglesia. Sobre las 11:00 más o menos volvimos a cargar las motos, a echarle un poco de aceite a la de Manolo y nos despedimos del cerdo que se acercó hasta la puerta del hostal para vernos marchar; ¿estará acostumbrado a la gente que ni se inmutó cuando arrancamos las motos?. Comenzamos a rodar de nuevo por bosques de altos árboles en dirección sur buscando la localidad de Sotoserrano donde debíamos tomar el desvío hacia nuestra próxima visita. Este tramo fue genial por el trazado de la carretera y por el buen estado del firme. Al salir de Sotoserrano tomamos el desvío de Béjar y al cruzar sobre un antiguo puente el río Alagón nos desviamos hacia la derecha en dirección Valdelagave. Aquí empezó un suplicio para las motos y nosotros. Este tramo era muy rugoso y con baches ocasionales y al ir con las motos tan cargadas cada vez que topábamos con uno el impacto iba directo a nuestras espaldas. Pasando Valdelagave comenzamos a rodar junto a una profunda garganta que nos acompañó hasta que volvimos a internarnos en unos bosque que tapaban la luz del sol. El paisaje era soberbio pero no pudimos disfrutarlo porque no podíamos quitar los ojos de la carretera. Una vez pasada la localidad de Lagunilla tomamos el desvío de Montemallor del Río que era el pueblo que íbamos buscando. Sólo había que rodar durante 6 kms, pero que largos se hicieron, ya que el estado de la calzada empeoró y con los claro-oscuros que se formaban entre los árboles no podíamos ver bien los baches y tomamos varios de ellos con el susto de reventar una rueda, sobre todo Manolo que llevaba todo el peso de la carga atrás.
Una vez llegados al pueblo nos dirigimos hacia la parte alta, donde sabíamos que había un castillo. La parte antigua del pueblo era parecida a tantos otros pueblos de los que ya habíamos visitado con las construcciones típicas de la zona, alternando el barro, la piedra y la madera. Al llegar arriba nos encontramos con una fortaleza impresionante, que pudimos visitar con guía por 3€ por persona y así enterarnos de las peculiaridades del castillo, como la escalera que había dentro de la chimenea para escapar en caso de asedio. Al salir, un vistazo a la iglesia del siglo XIII de estilo románico-gótico y a comer, que ya era hora. Durante la comida nos recomendaron que nos diéramos un baño en el río Cuerpo de Hombre, bajo el puente de piedra del siglo XVIII que hay a la entrada de la localidad. Y así lo hicimos. Creo que fue uno de los momentos más relajantes de todo el viaje. Durante una hora estuvimos bañándonos en este río que ya habíamos cruzado en alguna ocasión en el anterior día cerca de Béjar, o bien estábamos tumbados a la sombra escuchando el agua correr y dejando pasar el tiempo.
Poco después de abandonar la localidad, enlazamos con la N-630 (Ruta de la Plata) y pusimos dirección a Plasencia, haciendo una parada en la localidad de Hervás, ya que son muchos los amigos que me han aconsejado visitar el museo de motos clásicas que hay en esta población y que pertenece a un particular. Después de perdernos un poco antes de encontrarlo, llegamos por fin y nos encontramos unas instalaciones muy cuidadas acondicionadas con microclima en su exterior para sofocar el calor. Mientras la chicas se quedaron al fresco de la terraza tomando un refrigerio, Manolo y yo pagamos los 10€ "por barba" que vale la entrada y nos dedicamos durante algo más de una hora a visitar los 8 pabellones, donde encontramos motos clásicas (derbis, montesas, bultacos, ducatis, H-D flatead, BSA, Nortons,...), coches antiguos (cadillacs, pontiacs, camaros,...), coches de caballos, carritos de bebes (algunos de 1900), coches fúnebres,... En fin:¡Una pasada!. Tras un corto paseo por el barrio judío de la localidad y un par de cervezas en una de las tabernas (nosotros hacemos caso a la DGT en lo de refrigerarse durante un viaje) proseguimos nuestro viaje hacia el sur en busca de Plasencia. Como se iba haciendo tarde y nos quedaban unos 30kms, decidimos coger la autovía para llegar antes de que oscureciese ya que había que buscar alojamiento para dos noches. Al llegar a Plasencia entramos en la Plaza Mayor, junto al ayuntamiento llamando la atención de todos los que por allí andaban, incluso de los municipales que vinieron a decirnos que allí no se podía aparcar. Cuando les dijimos que sería sólo mientras buscábamos un lugar para dormir nos aconsejaron que mirásemos en el hostal La Muralla, que quedaba muy cerca. Dicho y hecho. A tan sólo 200 metros de la Plaza Mayor, junto a las murallas y a 10 metros de una de las puertas de la ciudad encontramos habitación para dos noches y además nos ofrecieron guardar las motos en una cochera cercana sin coste alguno. ¡Qué chollo!. Tras dejar las motos guardadas y una buena ducha, ya estábamos listos para cenar y dar una vuelta por la ciudad. Aposentados en una de las terrazas de la plaza dimos cuenta de una buena cena con regada con vino de la tierra. Una pareja que nos escuchó hablar de los planes que teníamos para la ruta del jueves por el valle de la Vera nos aconsejó sobre lo que no debíamos perdernos, los mejores pueblos para visitar y por supuesto de las maravillas de Plasencia, informándonos que el jueves por la noche empezaba el festival de música folk de Plasencia que tenía lugar en una de las murallas. Tras un agradable paseo para bajar la cena y conocer un poco mejor el casco histórico de la ciudad decidimos irnos a la cama ya el cansancio acumulado empezaba a hacer mella.
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